La luna, la noche, lo estival, lo sereno, lo claro, un pequeño halo de luz proyectado sobre una superficie obscura y misteriosa, lo abismal, el agua, el averno, la muerte, lo sublime.
Hay algo en el reflejo de la mente, tan etéreo, tan más allá de todo, de toda mente, de todo universo, que nos estremece y nos deja al filo del aliento... aquello inexplicable, aquello que no tiene una palabra que lo signifique, es lo sublime...
aquella fuerza que nos extasía, nos atrae, y nunca nos deja salir del gusto de tenerla...
Hago un homenaje a lo sublime...
ORACIÓN
[No confesaré lo que todavía no está escrito.
No quiero teñirme con sangre,
no mancharé tu presencia.]
Postrar mis ojos en los tuyos no puedo,
puesto que tu dijiste: “no matarás.”
y yo he pecado.
No me regales más días,
que no sé cómo lavar mis manos;
cargo el fuego en las entrañas;
y ahora ahogado en sangre,
así en sudor, así en lágrimas,
te ruego: ¡protégeme
del infierno que contengo!
Postrar mis ojos en los tuyos, no puedo,
puesto que has dicho:
“no levantarás falso testimonio,”
y yo he edificado mi morada en esas voces.
Ahora entre sangre, ahora entre fuego,
he congelado el alma que me diste;
yo no quise teñirla, me vi tentado.
Postrar mis ojos en los tuyos, no puedo,
puesto que tu dijiste:
“me adorarás ante todas las cosas.”;
y yo me he vertido en mis vanidades.
Me he consumido en mi veneno.
No resta más que implorarte:
déjame postrar mis ojos en los tuyos:
sólo mármol, sólo sangre, sólo polvo;
sólo ser, o no ser, te pido;. Amén.
Hernán Sicilia
LABORATORIO DE ESCRITURA EXPANDIDA
Hace 10 años
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